El deber de Melgar
Tras una gran estación de tren de principios del siglo XX hecha de palillos y casi terminada, un anciano colocaba con sumo cuidado cada una de las pequeñas varitas de madera. Cada cierto tiempo, daba unos pasos hacia atrás para tomar perspectiva de toda la obra mientras se mesaba con suavidad su larga barba blanca o se rascaba su calva cabeza. Escrutaba con ojos severos y mirada concentrada las proporciones de cada tramo, en perspectiva o desde distintos focos. Cuando comprobaba que todo estaba bien, volvía a colocar toda una serie de palillos y volvía a alejarse unos pasos. Pocas eran ya las ocasiones en las que rectificaba, tal era su maestría. Leer más…