Un café con Leire

Relatos, citas, reflexiones… y alguna cosa más.

Prendas y colores

Su pregunta me sacó de mi ensimismamiento, pero era incapaz de recordar cuál era.
—Perdona cariño, no te he entendido —me disculpé.
Lucía me sonrió mientras sujetaba dos pantalones, uno en cada mano. Vaya sonrisa, me encantaba. Era una especie de mezcla entre juvenil y borde. Conseguía hacerla extendiendo uno de los extremos de los labios un poco más que el otro. No era ni media sonrisa, ni sonrisa entera. Yo había practicado delante del espejo al principio de conocernos, y no había logrado conseguir esa expresión. Supongo que eso salía solo, natural, en la persona. No era algo que saliese por practicarlo en el espejo. Además, ¿a quién se le ocurriría pasar el tiempo delante del espejo ensayando sonrisas?
—¿Cuál te gusta más, los pitillos o el slim?
Cabrona. Ni siquiera ha movido las manos indicando cuál era cada uno. Puse cara de estar pensándomelo, mientras jugaba a las siete diferencias con los dos pantalones. Pero así, a contrarreloj, mientras están esperando una respuesta que debe ser entre rápida y espontánea, no se puede uno concentrar.
—Prefiero los slim, pero pruébatelos, a ver cuál te está mejor.
Prueba superada, respuesta correcta. Aunque supone estar más tiempo de compras, el pedir que se los pruebe para asegurarse es una buena baza. Aunque no hay que abusar de ella. Además, te da tiempo para pensar una respuesta más adecuada.
Volvió a sonreír y me dio las dos prendas para que se las llevase mientras elegía más ropa para llevar al probador.
—Acuérdate de dónde está cada cosa por si tienes que venir a por una talla más o menos —dijo mientras miraba unas blusas azules—. ¿Cielo o turquesa?
Cada vez que salíamos de compras, me sentía como cuando de pequeño te sacaban a la pizarra. Solo me miraba ella, pero era como un examen delante de toda la clase, como si esperasen que fallaras la pregunta de la profesora para que todos se burlasen de ti. Sentía mucha presión. Las primeras veces, le contestaba que todo le estaba bien y que lo mismo era una cosa que otra. Pero no funcionó. Ella siempre fue partidaria de hacer cosas juntos; decía que sentaba unas buenas bases para la relación y ayudaba a descubrir más el uno del otro. Quería hacerme participar en sus cosas al igual que yo quería hacerle partícipe en las mías. Realmente no necesitaba consejo porque tenía las cosas muy claras, era perfectamente capaz de ir sola de compras o con una amiga, pero le gustaba escuchar las opiniones de los demás. Yo lo único que sé es que esta parte de “hacer cosas juntos” me metía mucha presión, ya que a pesar de que ella se molestó una y otra vez en explicarme las diferencias entre unos pantalones y otros, entre unos colores y otros, yo era incapaz de memorizar esas cosas. No soy un tío tonto, tengo mi carrera, pero aunque le pongo interés, no se me queda, no me entra. Tal vez si lo que ella me explica estuviese en versión manga, y digo tal vez, la cosa se me quedaría más. Pero bueno, ante la imposibilidad de memorizar toda esa variedad de pantalones (capri, cargo, harem, bootcut,etc), desarrollé un sexto sentido para rodear la pregunta, o para responder de forma convincente cuando no tenía ni idea o me daba igual. Como ahora, ¿cómo es posible que hagan colores tan iguales? Estoy seguro de que esas dos blusas las pones por separado y nadie es capaz de diferenciar entre cielo o turquesa. Sabes que son colores diferentes cuando los pones juntos y ves que tienen un tono ligeramente distinto.
—Depende. ¿Para combinar con qué?
Me miró de nuevo con su sonrisa derretidora.
—Los harem.
Mierda. Me había quedado igual, bueno, peor que antes. Entonces vi la luz.
—¿Tienes zapatos turquesa?
—Sí, claro.
—Pues la turquesa.
Tomó dos prendas de distinta talla y me las entregó, dándome un pico, que encendió los instintos más básicos de ser humano masculino. Cómo deseaba meterme en el probador con ella y hacer allí esas cosas que solo se ven en algunas películas….
Volvimos a la sección de pantalones, parecía que le faltaba algo.
—No sé si coger leggins o jeggins.
No me estaba preguntando. Solo hacía una reflexión en voz alta para que yo le diese mi opinión, para que participase. Pero por alguna extraña razón, me vino a la cabeza algo que me dijo hacía cosa de un mes, que no tardé en recordarle:
—Los leggins se llevan más ahora.
Fue como si lo que yo le dije lo hubiese pensado ella, porque esta vez no me dedicó sonrisa. Cogió la cuarenta y la cuarenta y dos y me las entregó, haciendo la montaña de ropa para probar un poco más grande.
Conté las prendas: seis pantalones y dos blusas.
—Estamos con ocho prendas, no podemos entrar más.
Asintió ausente, concentrada como estaba en un vestido con volantes azul, o turquesa o azul marino mediterráneo o a saber. Dejó de nuevo el vestido en su sitio y me sonrió mientras hacía un gesto hacia los probadores.
La tarde no fue mal, acabé cargado con unos zapatos, que ella llamaba escarpín, dos camisetas informales roja y verde que ella llamó de color marrasquino y lima, unos leggins, la blusa azul que en realidad era turquesa, y los vaqueros pitillos. Si algún día nos poníamos a vivir juntos, no sé dónde meteríamos tanta ropa. Le gustaba mucho comprar y según sus palabras, en casa de sus padres no cabía ya nada más.
Para mí también hubo compra. Al pasar por H&M vio una camiseta rosa que le gustó. Yo no estaba dispuesto a ponerme una camiseta rosa, pero claro, no era rosa, era coral. Por suerte había en color verde oscuro, que esta vez sí, acerté. Pero podría haber sido perfectamente verde bosque o verde musgo.
Íbamos ya de camino al coche, cuando de repente recordó algo.
—Ya que estamos, podríamos ir a ver un vestido para la boda de tu hermana —me dijo mientras me ponía una mano en el brazo.
—Todavía faltan cuatro meses, hay tiempo.
—Ya, hay tiempo, pero a veces vas buscando una cosa, no la encuentras y te consumes todo el tiempo sin darte cuenta buscándola. Después todo son nervios y prisas. Es mejor ir ahora y mirar a ver qué es lo que tienen y si mi gusta, comprarlo. Mejor eso que no a última hora, ¿no?
Visto así, claro. A veces lo hacía, ponía un ejemplo extremo contrario a lo que deseaba en ese momento para conseguir lo que quería. Había cuatro meses por delante, tiempo de sobra. Yo ya estaba un poco cansado, me dolía la espalda de estar tanto tiempo de pie y las bolsas llenas de ropa pesaban bastante. Además, habíamos quedado con mis amigos para cenar y salir, y no me gusta llegar tarde.
Total, que antes de que empezara a expresar alguna reticencia, me miró dulcemente y accedí. No se llevó nada, pero estuvo mirando un vestido, escote corazón que llamó ella, que no me convencía demasiado. Enseñaba mucha pechuga.
Al final llegamos un poco tarde a la cena, rematamos la noche con un agradecimiento por su parte en mi casa y terminé por olvidar las penurias de aquella tarde.

* * *

Lucía lo miraba por el espejo retrovisor mientras él cargaba las bolsas en el maletero. Sonreía al verle colocar con cuidado toda la ropa que habían comprado. Ella siempre había salido con hombres físicamente bastante atractivos, pero decidió probar con aquel chico raro que conoció en el cumpleaños de una amiga. No era guapo, pero tenía un punto atractivo que le gustaba. Y no se equivocó. Lucía estaba enamorada de Sebastián, aunque se controlaba bastante. Junto a él había descubierto todo un mundo completamente desconocido para ella.
Una de las cosas que más le había gustado fue que aceptara como base de la relación el hacer cosas juntos, tanto las que les gustaban a los dos, que no eran muchas, como las que le gustaban a uno o a otro. Incluso Sebastián, que no se lo había planteado antes en ninguna relación, completó el razonamiento de Lucía el día que lo hablaron. No solo había quedado claro, sino que además ambos estaban de acuerdo. Por eso, Sebastián se había mostrado encantado, incluso excitado, cuando pudo ver esas series japonesas de dibujos llamadas anime con ella. Estaba muy contento de poder hablar de la serie de Juego de Tronos, de saber cuáles eran sus impresiones, sus personajes favoritos, de jugar a adivinar quién iba a ser el siguiente en morir, aunque a ese juego solo jugaba ella porque él se había leído los libros. Veían juntos películas de culto, de las que no había oído hablar en su vida y que habían aportado algo distinto a su personalidad, a su forma de ver las cosas. Sebastián estaba completando a Lucía.
A Lucía al principio le habían resultado chocantes todas esas series y películas, pero les había cogido el gusto. Estaba enganchada a Juego de Tronos. Incluso llegaba a ver capítulos en su casa porque no podía esperar a verlos con él, aunque luego cuando quedaban los veían juntos. Para Lucía ya no era ningún sacrificio ver esas series, ya no lo hacía por él. Pero prefería que él pensara que sí.
Así, el uno intentaba complementarse con el otro y viceversa.

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5 pensamientos en “Prendas y colores

  1. Me he reído mucho. Muy bueno.

  2. Real como la vida misma

  3. Me encanta chordiiii!!! Jajaja esq triar entre el verde bosque i el verde oliva…jajajajajjaja

  4. Fco. Javier en dijo:

    Muy bueno!! Me ha parecido una lectura muy amena, cotidiano y divertido. Un aplauso!!!!

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